Oro y banca internacional: la gran jugada en ciernes

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London Metal Exchange main entrance. Picture by Kreepin Deth - Own work, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=13277621

Como sucede con casi todo, lo que es realmente significativo suele pasar bastante desapercibido, a veces intencionalmente por parte de quienes administran lo que el público debe saber y lo que debe ignorar.

La Reserva Federal de Estados Unidos hizo el pasado 28 de agosto un comunicado importante: “Federal Reserve Board announces final individual capital requirements for all large banks, effective on October 1”. Es decir, a partir del 1 de octubre, los grandes bancos deben cumplir con nuevos requisitos de capital individuales. Estos requisitos tienen como objetivo asegurarse de que los bancos tengan suficiente liquidez para capear tormentas financieras.

Pero hay más en la historia, y todo está relacionado con Basilea III y el Banco de Pagos Internacionales (BPI). Basilea III es un marco regulatorio global formulado en 2010 -aunque retrasada su implementación completa más de una década-, que apunta a fortalecer los requisitos de capital bancario. Basilea III busca asegurar que los bancos tengan suficiente capital de alta calidad -como efectivo y bonos de deuda pública- para cubrir pérdidas potenciales. Es decir, pretende que los bancos tengan cierta cantidad de efectivo disponible para satisfacer una necesidad inmediata de liquidez (BCBS, Basel III: A global regulatory framework for more resilient banks and banking systems, 2010).

El BPI -el banco central de los bancos centrales- ha estado guiando este marco, asegurándose de que los bancos de todo el mundo cumplan con los estándares mínimos de liquidez para evitar otra crisis financiera como la de 2008. Si los bancos no cumplen con estos requisitos de capital afrontarán restricciones automáticas sobre dividendos, o peor aún, una pérdida de confianza que lleve a una posible fuga bancaria. Basilea III tiene como premisa, en consecuencia, obligar a los bancos a mantener suficiente capital y gestionar sus ratios con respecto a la deuda para hacer frente a un shock financiero similar cuanto menos al de la última crisis financiera internacional.

La clave de Basilea III

En particular, Basilea III redefine la forma en que se aborda el riesgo de liquidez a nivel global, resaltando la relevancia de activos líquidos de alta calidad (conocidos con el acrónimo HQLA). El oro físico, por su capacidad de ser monetizado sin pérdidas significativas durante periodos de tensión tiene de facto un HQLA de nivel 1 con un peso de riesgo del 0%. Ahora bien, es preciso diferenciar el “oro asignado” del “oro no asignado”.

El asignado es el oro físico equivalente al efectivo, monedas o lingotes que se almacenan físicamente, son rastreables y se asignan a un propietario. El oro no asignado, por otro lado, ahora se clasifica como un activo de riesgo. Se trata del oro “papel” que no está representado por una cantidad física de oro equivalente a lo que se negocia. Según Basilea III, los bancos que comercien con oro no asignado tendrán que mantener reservas adicionales para limitar el riesgo de insolvencia en caso de crisis (mediante el denominado coeficiente de financiación estable neta o NSFR).

Como es lógico, la implementación de esta regulación tiene implicaciones significativas para el mercado del oro porque la reclasificación del oro físico de activo de nivel 3 (que desaparece en Basilea III) a activo de nivel 1 con una ponderación de riesgo del 0% (similar al efectivo y los bonos de deuda pública) incentiva que los bancos e inversores institucionales asignen una parte de sus carteras a la inversión en oro y metales preciosos.

La clasificación anterior del oro físico como activo de nivel 3 significaba que los bancos tenían que mantener más capital para respaldar sus tenencias. Con lo cual, es probable que su cambio a activo de nivel 1 convierta al oro físico en un activo de reserva más atractivo para los bancos, ya que requerirá menos capital para respaldar sus tenencias de oro.

Al mismo tiempo, la implementación definitiva del cambio de clasificación afectará a la disposición de los bancos y las instituciones a negociar oro no asignado (papel), ya que viene condicionado al requisito de dotar reservas aplicando el coeficiente de financiación estable neta o NSFR. En este sentido, los bancos podrían optar por limitar la actividad de oro no asignado para evitar los requisitos de dotar reservas, o bien aumentar las reservas para cumplir con Basilea III. Ambas opciones podrían comprometer la liquidez del mercado, por la importancia que tiene el oro no asignado para el funcionamiento de los mecanismos de liquidez y financiación dentro de todo el mercado global del oro.

Londres, capital del oro

Basilea III premia el oro físico y castiga el oro papel. En este sentido, el coste para los bancos de mantener oro no asignado en el balance aumentará. De acuerdo con Basilea III, el coeficiente de financiación estable neta (NSFR) que se exigirá será de un 85% de la financiación estable requerida.

Esta medida ha tenido mucha resistencia del Consejo Mundial del Oro (WGC) y de la London Bullion Market Association (LBMA), dado que es previsible que el coste de aceptar depósitos de oro como oro no asignado aumente una vez implementado completamente el marco de Basilea III, en comparación con el coste de los servicios de custodia del oro asignado. De ahí que ambas instituciones, con sede en Londres, estén buscando que las autoridades financieras de todo el mundo concedan una exención, además de una moratoria, del régimen de compensación y liquidación del NSFR.

La capital británica sigue siendo el centro del mercado mundial del oro (extrabursátil u OTC). Un legado de tiempos del Imperio Británico, que sin embargo va agotándose en la medida en que el mundo va dejando de ser “anglocéntrico”. La Pax Britannica sobrevive en el mercado del oro, pero está retada por un Sur Global hambriento de oro físico, custodiado en sus propias bóvedas y sin la mediación de la antigua metrópoli ni la abstracción del “oro papel” londinense. No por casualidad, el Banco de la Reserva de la India repatrió 100 toneladas de su oro desde el Banco de Inglaterra a sus bóvedas nacionales, como informó el Times of India el pasado mes de mayo, uno de los mayores movimientos de oro realizados por el país desde 1991.

Un poco de contexto

Como podemos verificar en el portal Goldprice.org el oro está cotizando actualmente por encima de 2.600 dólares la onza. En tiempos de la pandemia pasó de 1.500 a 2.000 dólares la onza. Y si vamos más atrás, pocos años antes de la crisis de 2007-2008 pasó de situarse por debajo de 500 para alcanzar luego los 1.500 en los años 2011-2013. Volviendo a la cotización del oro, el metal ha tenido mejor rendimiento que el S&P 500, el Stoxx 600 en Europa y el MSCI Global. De hecho, en los últimos cinco años, el oro ha superado no solo a los mercados bursátiles europeos y mundiales, sino también al S&P 500, algo realmente revelador.

En todo este tiempo se ha dado una devaluación del dinero fíat sin precedentes en la historia, debido a la impresión masiva de moneda. De hecho, el crecimiento de la masa monetaria y la monetización de la deuda siguen repuntando. En Europa, el BCE mantiene su mecanismo antifragmentación y la Reserva Federal sigue inyectando dinero masivamente (la deuda nacional estadounidense ha rebasado los 35 billones de dólares).

En consecuencia, puede afirmarse, sin lugar a duda, que la política monetaria sigue siendo expansiva. La tendencia continúa acelerándose, particularmente en tiempos en los que los europeos y los anglo-norteamericanos continúan distrayendo la atención sobre su economía hablando frívolamente de financiar guerras ajenas (proxies), un gran negocio para ellos -dicho sea de paso-, y muy poco de construir condiciones para reindustrializar Occidente de modo realista y volver a ser productivos y competitivos en el comercio internacional.

Por esta razón, la última medida de la Reserva Federal para orquestar la implementación conjunta de Basilea III en la banca estadounidense tendrá efectos no sólo en su mercado bancario interior sino a nivel global, para todo el sistema bancario y monetario mundial. Y a su vez podría suponer una reconfiguración del mercado del oro. Un tema sin duda con gran alcance geopolítico y geofinanciero para las grandes potencias en su afán de usar el oro como activo para fortalecer los balances bancarios y sus políticas crediticias y monetarias.

Bancos centrales con apetito de oro

De acuerdo a los datos del Consejo Mundial del Oro (WGC), las reservas oficiales mundiales de oro aumentaron en 290 toneladas netas en el primer trimestre de 2024. El nivel más alto desde el año 2000, un 69% más que el promedio trimestral de los últimos cinco años (171 toneladas métricas). Adicionalmente, los bancos centrales han acelerado sus compras de oro hasta superar las 1.000 toneladas anuales en el periodo 2022-2023. Esto significa que las autoridades monetarias representan casi una cuarta parte de la demanda anual de oro.

No puede ignorarse que como protagonistas de este fenómeno están los BRICS Plus (10 países). Un bloque que integrará próximamente en su estructura a nuevos miembros en 2025, tras la nominación que se haga en la próxima cumbre de Kazán este mes de octubre. Los BRICS han sido grandes compradores de oro físico en los últimos años y en su plan está alumbrar un sistema de pagos común (BRICS Pay) que probablemente requerirá el respaldo de oro (según algunos proyectos vinculados a los BRICS, del 40%) y tal vez parcialmente de recursos alternativos (commodities) para liquidar transacciones entre ellos y no depender del dólar en su comercio interior. Esto se traducirá en que muchos de estos países que son miembros del BRICS o lo serán próximamente seguirán acumulando oro para cumplir con sus obligaciones de pago.

A pesar de que el oro no tiene (todavía) un papel oficial en el sistema monetario global, los principales bancos centrales están acumulando grandes reservas de oro. Bancos centrales como el Banco Popular de China (PBOC) y sus homólogos de economías emergentes han aumentado significativamente sus compras de oro en los últimos años. China lleva más un año aumentando sus compras de oro y, desde 2022 ha disparado sus reservas un 16%. Curiosamente, los bancos comerciales chinos han aumentado sus tenencias de oro y metales preciosos incluso más que el PBOC.

Como ya expusieron los investigadores de la University of Western Australia Business School (Baur, Hossain, Retnawati, Treepongkaruna y Yu), en su trabajo “The Precious Metals Holdings of Chinese Commercial Banks” (SSRN, 12 de septiembre de 2019), la relativa transparencia de las tenencias de metales preciosos y las licencias de importación de oro de los bancos comerciales chinos mejoran la resiliencia de los bancos, aumentan los ingresos comerciales y reducen la conectividad interbancaria. Sus resultados han proporcionado la primera evidencia del papel especial del oro desde la perspectiva de los bancos comerciales y no sólo de los centrales.

La gran jugada china

El liderazgo confuciano de los mandarines chinos -pragmáticos y pacientes-, contrasta con el de la tecnocracia europea, y sobre todo alemana, encarnada en Úrsula Von der Leyen y su comisariado de Bruselas. Pekín recuerda su historia y ha tomado nota. Imprimir demasiado dinero nunca ha dado resultado y es la antesala de graves problemas.

Recordemos que China fue el primer país del mundo en crear y utilizar el papel moneda, pero como ocurre con la mayoría de los sistemas de dinero papel, terminó también imprimiendo demasiado para financiar sus déficits. Esto ocurrió en el siglo XVI y dio lugar al retorno a un sistema monetario basado en la plata. A finales del siglo XVI, la plata era el medio de pago que conectaba a América, Europa y Asia y sentó las bases para el desarrollo del comercio y la economía mundiales, como explica Kenneth Pommerantz, en su obra The Great Divergence: China, Europe and the Making of the Modern World Economy (Nueva Jersey, Princeton University Press, 2000).

Por eso quizá los chinos -porque conocen los efectos de la impresión abusiva de dinero- llevan tiempo vendiendo títulos de renta fija estadounidenses para comprar cada vez más oro, aunque la deuda del Tesoro de Estados Unidos aún representa más del 50% de la reserva del Banco Popular de China (PBOC). El PBOC tiene de momento poco menos del 5% de sus reservas totales en oro, si bien su objetivo es elevarlas al menos hasta el 14%. Por lo tanto, la desdolarización, como hemos venido diciendo en otros trabajos publicados en Frontiere, será un proceso gradual, pero irá acompañada a buen seguro de una carrera alcista del precio del oro, que de hecho ya estamos observando.

China tiene motivos de sobra para desconfiar de las finanzas del Tesoro de Estados Unidos, tras sufrir años de pérdidas latentes en sus tenencias de bonos de deuda. Es natural pues que dos gigantes como China e India busquen mecanismos para evitar la erosión generalizada del poder adquisitivo de la moneda de reserva, debido a la saturación de las políticas fiscales y monetarias de la Reserva Federal.

Esta es la principal clave del oro: la desconfianza en un sistema “fíat” agotado también engloba, por la misma lógica, la desconfianza sobre el oro papel de Londres, donde se negocia, y cuya infraestructura de mercado puede comportar un uso dual. Al igual que ha sucedido con el sistema SWIFT (infraestructura de mensajería interbancaria), con la infraestructura del mercado del oro podría suceder un evento análogo si se “militariza”, es decir, si se usa para aplicar una determinada política de sanciones contra el país que no siga el “orden basado en reglas” designado por el tándem anglo-estadounidense.

De ahí la centralidad del mercado OTC de oro de Londres, que comprende aproximadamente el 70% del volumen del comercio nocional global, efectuado a través de una compleja estructura conformada por la London Metal Exchange, London Precious Metals Clearing Limited (LPMCL), London Bullion Market Association (LBMA) y, por supuesto, el Banco de Inglaterra, sin olvidar el primo americano, COMEX  Gold Futures (Chicago Mercantile Exchange, CME Group).

¿La misma historia podría repetirse?

La historia es cíclica y las medidas de contención (guerra comercial) que actualmente los anglosajones (US+UK) quieren imponer a China recuerda un episodio que los chinos tienen grabado en su memoria o psicología colectiva, el llamado “siglo de la humillación”, que tiene sus raíces en la Primera Guerra del Opio entre 1839 y 1842.

La guerra marcó el comienzo de un siglo de derrotas militares, tratados desiguales, concesiones territoriales y malestar social en China, que despertaron sentimientos de humillación, vergüenza y rabia. Por consiguiente, China considera que nunca debe permitir que la historia se repita ni que las potencias extranjeras la controlen, intimiden y humillen. A este respecto, resulta de interés el libro de Zheng Wang, Never Forget National Humiliation: Historical Memory in Chinese Politics and Foreign Relations (Columbia University Press, Nueva York, 2012).

Vayamos un momento al origen. En el siglo XVIII la demanda de productos de lujo chinos (especialmente seda, porcelana y té) creó un desequilibrio en el comercio entre China y el Imperio Británico. La balanza comercial de entonces hizo que China acumulara grandes cantidades de plata, menguando correlativamente las reservas británicas. En un intento de llevar la plata de vuelta a Londres, la Compañía Británica de las Indias Orientales concibió la idea de cultivar amapola en la India y después en Afganistán, para luego “exportarlo” a través de contrabandistas a China. Fue el primer cártel de la droga. En poco tiempo, la afluencia de opio terminó por revertir el superávit comercial chino, agotó la plata de su economía y aumentó drásticamente el número de adictos al opio en el país que quedó brutalmente debilitado. Fue una jugada maestra de Londres.

Como respuesta, en 1836 el emperador chino decidió ilegalizar el opio y confiscó bienes relacionados con el comercio del mismo. Los británicos, ofendidos por el decomiso de sus bienes, enviaron una gran expedición naval a China. Y así comenzó la primera Guerra del Opio. El poder militar industrializado de los británicos en la guerra resultó muy superior al de China, y el Tratado de Nanking, que puso fin a la guerra en 1842, impuso numerosas restricciones a la soberanía china. Fue entonces cuando Hong Kong se convirtió en una colonia británica y la mayoría de los principales puertos de China fueron cedidos a potencias extranjeras, como las concesiones internacionales de Shanghái.

Por tanto, no olvidemos que el “siglo de la humillación” sigue presente en la narrativa china, en su memoria colectiva. Un periodo que termina con la revolución maoísta de 1949. Los chinos, a diferencia de otros pueblos más desmemoriados y vasallos (como España), no olvidan las políticas imperiales británicas de dominio y estrangulamiento de su país, mediante la guerra, el narcotráfico y el expolio de sus riquezas y metales preciosos.

Es pues esperable y razonable que los mandarines chinos, y su líder actual, el nuevo Emperador de Jade -Xi Jinping-, tengan muy presente e interiorizada su propia historia, tanto para evitar errores pretéritos como para doblegar las eventuales políticas bancarias, monetarias y financieras que el neo-imperio anglosajón (hoy anglo-norteamericano) pudiera dirigir nuevamente contra Pekín.

En este sentido, resulta de interés el trabajo de Belal Ehsan Baaquie y Wang Qinghai, “Chinese Dynasties and Modern China: Unification and Fragmentation”, China and the World: Ancient and Modern Silk Road (Nº 1, 2018, pp. 1–43), en el que se refieren al gobierno del Partido Comunista Chino como “dinastía roja” y explican cómo la República Popular China ha superado las limitaciones de las dinastías anteriores.

No por casualidad el poeta y diplomático francés de origen español, Augustin Louis Marie de Ximénès, en su poema L’ère des Français (1793), acuñó la expresión “la pérfida Albión”, que tanto pronunciaría Napoleón. El líder corso sería precisamente derrotado en Waterloo por un ejército británico dirigido por el Duque de Wellington pero financiado decisivamente por la banca Rothschild, que desde el comienzo de las guerras napoleónicas garantizaba la liquidez al ejército mediante el comercio de oro a través de una tupida red de mensajeros, corredores y banqueros, para así facilitar la financiación a Wellington, como apunta Roldán de Montaud en su trabajo “Nathan Mayer Rothschild & Sons de Londres y su archivo en la City de Londres”, publicado en la revista Hispania (Nº 203, 1999, pp. 992-994).

Los chinos han estudiado meticulosamente la historia, la suya y la de otras víctimas de las trampas anglosajonas, su perfidia a través de la ingeniería contable, fiscal y corporativa y de la piratería (también financiera) y están devolviendo el golpe a su manera, con sus tiempos y metodologías. Cualquiera que haya estado un tiempo en China con los ojos bien abiertos, sabe a lo que me refiero con lo anterior. No es una cosa que tenga que ver solamente con la narrativa o reivindicación del Partido Comunista chino. La misma concepción se expresó a través del deseo del revolucionario nacionalista Sun Yat Sen de regresar a “la China que una vez fue”.

En definitiva, el oro chino no irá a parar a las bóvedas de Londres, porque de allí no saldrá de regreso. El oro indio ya se está repatriando al Indostán, con mucho esfuerzo, una jugada que no dejaron hacer a Alemania hace unos años con respecto su oro depositado en los bancos de la Reserva Federal, cuyas reservas siguen teniendo enormes problemas de transparencia (lo más parecido a una auditoría real sobre las reservas de oro se realizó en 1953).

Al mismo tiempo, chinos, indios, árabes, rusos y turcos están promoviendo sus centros de negociación y liquidación de metales preciosos, con sus propias operaciones de depósito, préstamo y swaps de oro, pero también de petróleo y otras commodities, sin pasar por plataformas ni intermediarios anglosajones, como lo atestigua la creciente importancia de centros como Shanghai Gold Exchange (SGE), Shanghai Futures Exchange (SHFE), Multi Commodity Exchange of India, o Dubai Gold & Commodities Exchange.

A modo de conclusión

El creciente déficit fiscal mundial (la deuda global total asciende a 306 billones de dólares) y la consiguiente devaluación global del dinero fíat, obligará a los bancos centrales -en algún momento más pronto que tarde-, a crear estabilidad, actualizando la estructura monetaria mundial para dar cabida, entre otros elementos, al oro.

El oro es un activo que como avalan siglos de historia -e incluso milenios- se ha comportado tradicionalmente como un activo refugio. Es así como puede interpretarse la revaluación del oro físico operada por Basilea III y las directrices de la Reserva Federal para adaptar a la banca estadounidense al nuevo marco, a pesar de la resistencia de algunos actores y de la antigua metrópoli.

Por eso quizá la cotización del oro esté reflejando la carrera inversora y bancaria (tanto central como comercial) para llegar a niveles más altos de tenencias de oro, en un contexto de creciente incertidumbre mundial y volatilidad, como reflejan el Economic Policy Uncertainty Index y el CBOE Volatility Index (VIX Index).

En consecuencia, atender a la relación entre el oro y la banca internacional es prestar atención a uno de los núcleos neurálgicos del poder global, que no puede sustraerse a la reconfiguración del orden mundial ni a la rivalidad estratégica entre el todavía hegemón occidental y las potencias que apuestan por un mundo multipolar o policéntrico.

El oro sigue demostrando capacidad para proteger a muchos inversores y países contra la erosión del poder adquisitivo de la moneda, y en particular del dólar, la divisa de reserva mundial cada vez más cuestionada. Todo apunta a que el oro físico seguirá cumpliendo su función de reserva de valor, pero con una progresiva pérdida de influencia e interferencia de Londres.

Separar el oro físico del oro papel es una parte de la jugada. Y desvincular el oro de las finanzas anglocéntricas es la otra parte de la jugada que hay en ciernes. En definitiva, la paulatina “desoccidentalización” de la economía global.

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