Israel en un callejón sin salida ¿forzará Washington un cambio de estrategia?

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IDF airforce, F22 planes. Foto dal sitio web https://www.idf.il/en/mini-sites/prevention-of-large-scale-hezbollah-attack/

Este verano la reputada revista Foreign Affairs publicaba un artículo titulado “The Undoing of Israel. The Dark Futures That Await After the War in Gaza” (12 de agosto de 2024), firmado por Ilan Z. Baron e Ilai Z. Saltzman. El texto es altamente significativo tanto por lo que denota como por lo que connota, entre líneas, más allá del sesgo anti Likud de sus autores.

No hay que pasar por alto que el Council on Foreign Relations (CFR) está detrás de Foreign Affairs y es muy influyente en el Establishment. O, mejor dicho, es un producto y altavoz intelectual de una parte relevante del Establishment desde su fundación. No da puntada sin hilo al publicar en este contexto un artículo cuya conclusión es cuestionar la conveniencia del apoyo incondicional de Washington a la deriva emprendida por Israel en los últimos meses como respuesta al atentado de Hamás el 7-O.

El artículo aborda el agotamiento del sionismo y el callejón sin salida en el que se encuentra Netanyahu y la derecha sionista tras la intervención militar en Gaza y las profundas desavenencias internas que el conflicto está causando en el seno de la sociedad israelí. Evidentemente, este tipo de textos, como otros tantos, tratan de prefigurar escenarios. El Establishment de Washington, a través de determinados autores – estos artículos suelen ser de encargo –, parece que expresa el hartazgo existente dentro de muchos grupos judíos influyentes, dentro y fuera de Israel.

Es evidente que para Washington la situación en la que se encuentra Israel le supone una considerable carga presupuestaria, militar y financiera, pero sobre todo un impacto reputacional negativo en el mundo árabe pero también económico, a causa de la volatibilidad de la cotización del petróleo, la presión inflacionaria derivada de la situación del Mar Rojo y las relaciones con los jeques saudíes, que están bastante deterioradas últimamente.

Además, y quizá lo más importante, la situación de Palestina desconcentra a Washington de la prioridad que sería – debería ser – contener a China, situando los principales recursos militares en Asia Pacífico. Un ejemplo de esto lo encontramos en la reconfiguración que se está produciendo del USPACOM y del CENTCOM para asignar recursos del Pacífico a Medio Oriente, más el refuerzo de las bases en Jordania para la protección de Israel, junto a los nuevos 20.000 millones de dólares que Netanyahu se ha llevado de Washington (con 50 F-15), sumados a los 25 F-35 distribuidos en junio, más los 4.000 millones de ayuda anual y los 14.000 millones extra de abril. Todo esto solo en lo que va de 2024.

Israel puede seguir gestionando el conflicto y eliminando células de Hamás y Hizbollah en toda la región, pero con un alto impacto económico para sí mismo y para Washington, que no vería con buenos ojos otra escalada como la del pasado mes de abril, y menos aun acercándose la cita electoral de noviembre. Al mismo tiempo, aparte de la polarización en la sociedad israelí, se está produciendo una afectación negativa a empresas punteras con sede en Tel Aviv, a sus inversiones y proyectos. Israel también se ha quedado sin una parte de su fuerza productiva, debido a los jóvenes profesionales reservistas que han dejado sus puestos de trabajo para activarse en el ejército. A lo que hay que sumar la interrupción del turismo, que supone el fin de una entrada sustancial de divisas para Israel.

Tampoco está claro que las IDF tengan la capacidad de sostener esta situación de máximo estrés militar mucho más tiempo. Hay fuentes que apuntan a una cierta fatiga operacional acumulada desde el pasado mes de octubre. Haciendo retrospectiva, ya se vieron algunas de las limitaciones de las IDF en 2006 a propósito de la intervención terrestre en el Líbano cuando pasan a un planteamiento ofensivo. Las IDF actuales no son como las del ‘73. Tampoco los jóvenes israelíes actuales son como los de entonces.

Con Netanyahu, el vector apunta a una guerra contra Irán para destruir su programa nuclear totalmente y derribar el régimen de los Ayatolas. En un contexto como el actual un objetivo de esta magnitud no parece factible ni asumible para Washington, porque supondría abrir otro frente sin haber cerrado oportunamente el de Ucrania, cuando la prioridad debiera ser contener a China en Asia Pacífico (potenciando una suerte de “OTAN asiática” a través de las alianzas QUAD y AUKUS). Algunas voces critican que el Pentágono haya transferido el control de la reserva estratégica de municiones en suelo israelí. Además, un objetivo de esta magnitud causaría una guerra difícilmente geolocalizable, porque sería prácticamente inevitable que se extendiera a Irak, Siria, Líbano, Yemen, y tal vez a Turquía.

Por eso mismo, Irán de momento no ha efectuado una represalia contra Israel tras el asesinato de Haniyeh en Teherán el pasado 31 de julio, porque sabe que este impasse – y su tremendo coste – genera más fricción entre Israel y Washington que el hecho de efectuar un ataque sobre suelo israelí, como el pasado mes de abril, ya fuere directamente o a través de Hizbollah. Repetir una represalia en los términos en que se realizó en abril sería contraproducente para Irán porque precisamente reforzaría la posición maximalista de Netanyahu, dando pretexto a otra escalada. Irán gana más manteniendo la presión sobre Netanyahu, e indirectamente sobre Washington, mediante la amenaza. Como el artículo mencionado desprende, la polarización y tensión que vive Israel no podrá prolongarse indefinidamente y la crisis sociopolítica instalada en Tel Aviv acabará salpicando a Washington.

Baron y Saltzman apuntan a la necesidad de prefigurar algún escenario post-Netanyahu buscando un nuevo liderazgo en Israel que propicie profundos cambios internos en sus bases políticas y en su proyección exterior. Todo esto podría suceder si ganara Harris en noviembre. Con una nueva Administración Demócrata podría pilotarse más fácilmente una transición sin Netanyahu y sus socios parlamentarios. La diferencia entre los demócratas y Trump es que aparentemente sólo este último garantizaría hoy por hoy una salida viable y protegida a Netanyahu y a su camarilla, a pesar de las consecuencias judiciales que les podrían esperar tanto dentro como fuera de Israel. Netanyahu y su ministro de Defensa, Gallant, hacen frente a una solicitud de órdenes de arresto por parte de la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad. Esta expectativa tras dejar el poder no estaría tan asegurada con Harris en la Casa Blanca. Dependería de cómo se gestione la transición de poder en Tel Aviv desde Washington, a partir del resultado electoral de noviembre. Por eso, en la reciente visita de Netanyahu a EE.UU., después de su discurso en el Capitolio, no se reunió con Harris y se dirigió a la mansión de Trump en Florida.

Si Trump vuelve a la Casa Blanca es previsible que recupere protagonismo su yerno Kushner, como Senior Adviser, para reconducir la situación otra vez hacia los Acuerdos de Abraham, con el fin de atraer nuevamente a los saudíes y garantizar el funcionamiento del sistema de los petrodólares, que desde mayo está en entredicho. No olvidemos que Arabia Saudí ingresó en los BRICS el pasado enero, junto con Irán, Egipto, Etiopía y Emiratos. Hace bien poco se cumplieron 50 años del pacto de los petrodólares, que sigue formalmente vigente, aunque resulta significativo que la efeméride no se haya conmemorado por ambas partes. Al contrario, Arabia anunció su disposición de vender petróleo en otras divisas, lo que de facto supone desvirtuar la condición que originó el pacto con EE.UU.

Bin Salman, el príncipe heredero saudí y otros líderes árabes han explorado últimamente ciertas aproximaciones entre sunitas y chiitas, como se ha dejado ver en el seno de la Organización de Cooperación Islámica y otras instituciones, como la Liga Árabe o el Consejo de Cooperación del Golfo. Las masacres indiscriminadas de Israel contra la población civil de Gaza han concitado una repulsa unánime en el mundo árabe, y en general en el mundo islámico. También ha generado un movimiento de protestas en universidades estadounidenses que puede afectar a las perspectivas electores del Partido Demócrata en varios swing states donde se juegan las elecciones por un estrecho margen, si esos grupos de votantes progresistas y la minoría árabe-estadounidense no ven firmeza frente a Netanyahu por parte de la Administración Biden ni de la candidata Harris.

Si la dominación global de Washington en las últimas décadas se ha basado en la célebre máxima “divide et impera”, como es propio en la estrategia de cualquier gran hegemón, parece irracional que esta estrategia para Oriente Medio – mantener divididos y encizañados a los árabes – quede comprometida o excepcionada por la venganza irrefrenable de Israel por el 7-O, al contravenir el más elemental derecho internacional humanitario. Si esta deriva israelí se prolonga y no se reconduce podría ser extremadamente inconveniente para Washington, sobre todo si el mundo árabe se aglutina y gira definitivamente hacia los BRICS, provocando una grave lesión a los intereses petroleros y armamentísticos estadounidenses en la región. Y hablar de esta asociación internacional es referirse al liderazgo internacional de China. El gigante asiático intermedió en los últimos años entre Arabia e Irán, logrando compromisos efectivos entre ambas potencias regionales. Además, aunque apenas tuvo notoriedad en la prensa occidental, en julio Pekín unió a 14 facciones palestinas.

En consecuencia, el artículo expone las grietas existentes en la sociedad israelí ante el maximalismo de la derecha dura israelí. La posición de Washington no es monolítica, ni la AIPAC (American Israel Public Affairs Committee) es ya tan superpoderosa influyendo sobre congresistas y altos funcionarios. En plena campaña electoral actúan otros poderosos lobbies y como expuso el agudo y controvertido trabajo The Israel Lobby and U.S. Foreign Policy (2006) de John Mearsheimer (profesor de ciencia política de la Universidad de Chicago) y Stephen Walt (profesor de relaciones internacionales en la Kennedy School of Government de la Universidad Harvard), a la política exterior y económica de Washington le perjudica cada vez más defender los intereses de Israel sin apenas ventajas ni contraprestaciones. La tesis principal de estos dos politólogos de la escuela realista es que la influencia del lobby israelí ha distorsionado la política exterior estadounidense en Oriente Próximo, alejándola de lo que los autores denominan “el interés nacional estadounidense”.

Zbigniew Brzezinski, ex asesor de Seguridad Nacional, también se refirió al respecto: “Mearsheimer y Walt aportan una gran cantidad de pruebas fácticas de que a lo largo de los años Israel ha sido beneficiario de una ayuda financiera privilegiada – de hecho, altamente preferencial – , desproporcionada en comparación con la que Estados Unidos concede a cualquier otro país. La ayuda masiva a Israel es en realidad un enorme derecho que enriquece a los israelíes relativamente prósperos a costa del contribuyente estadounidense. Como el dinero es fungible, esa ayuda también paga los mismos asentamientos a los que Estados Unidos se opone y que impiden el proceso de paz” (Foreign Policy, “A Dangerous Exemption”, julio-agosto de 2006).

En efecto, la identificación de los intereses estadounidenses con los israelíes se puede explicar principalmente a través del impacto del lobby en Washington y en la limitación de los parámetros del debate público, y no tanto por el argumento de que Israel sea o siga siendo un activo estratégico vital para EE.UU., como pudo serlo desde 1948 hasta los años 70 y 80. El tablero mundial es hoy diferente y más complejo. El trato privilegiado, excepcional e incondicional que Washington rinde a Israel podría ser no sólo costoso sino también contraproducente a efectos de seguir manteniendo su hegemonía mundial en el medio y largo plazo.

Asimismo, la situación de crisis humanitaria que experimenta Gaza dejaría sin funcionar el argumento de que Israel posee una causa moral excepcionalmente convincente para apoyarlo, como tal vez podía sostenerse en otros tiempos. Los civiles palestinos asesinados por el ejército israelí desde el inicio de la guerra de Gaza son más de 35.000 y de ellos se estima que un 60% son mujeres y niños. Un porcentaje confirmado por los cadáveres que ya se han identificado (según reconoce la ONU y la OMS a fecha de 14 de mayo de 2024). A ello se suma la crisis humanitaria existente por los casi 2 millones de desplazados en toda la franja de Gaza, de acuerdo a las informaciones de la UNRWA.

Por consiguiente, parece muy difícil, por no decir imposible, que EE.UU. pueda sostener una presunta razón moral de su patrocinado Israel en su desproporcionada e indiscriminada campaña de venganza que cumplirá dentro de poco un año por el crimen terrorista de Hamás que costó la vida a 1.200 israelíes el 7-O. Máxime cuando Israel ha desobedecido una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que exigía un alto al fuego inmediato y además hay un proceso abierto en la Corte Internacional de Justicia liderado por Sudáfrica y secundado por más de 30 países (entre ellos países de la entidad de Brasil, México, Turquía, Egipto o España, entre otros) para hacer responsable a Israel de sus obligaciones en virtud de la Convención sobre Genocidio (1948) y el derecho internacional en relación con los palestinos de la franja de Gaza.

En definitiva, tras las reflexiones anteriores resulta paradójico que el artículo de Baron y Saltzman, en Foreing Affairs, desde un espectro ideológico diferente al propuesto por Mearsheimer y Walt, desemboca, sin embargo, en una tesis de fondo común en ambos, apuntando a que en algún momento – no tan lejano – podría redefinirse el apoyo incondicional e ilimitado de Washington al sionismo. Sobre todo, si este apoyo compromete gravemente su reputación internacional, apuntala una visión que rompe por dentro a la propia sociedad israelí y además se hace poniendo en peligro la hegemonía del dólar generando excesivos riesgos para las finanzas de Wall Street, para el Tesoro y para los negocios estadounidenses con las petromonarquías arábigas.

Mientras tanto, para que Israel pueda salir del callejón sin salida donde se ha metido, habrá que esperar a lo que suceda en noviembre en EE.UU. y a la contención de la hybris de Netanyahu hasta que pueda ser depuesto.

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