De Gaulle, el último estadista europeo

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De Gaulle y Richard Nixon, el dia 3 de febrero de 1969 (en segundo plano: R.H. Haldeman, John Ehrlichman, Henry Kissinger e William P. Rogers). Foto NARA_-_194610.tif - File:President_Nixon_and_staff_members_with_President_Charles_DeGaulle_of_France_-_NARA_-_194610.tif, Pubblico dominio, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=127592048

Para entender el dominio actual de Estados Unidos sobre Europa hay que regresar a 1944, cuando la Segunda Guerra Mundial estaba a punto de terminar. En ese contexto se instaló lo que hoy se conoce como sistema de Bretton Woods.

En ese cónclave se crearon el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y se aceptó la propuesta de Estados Unidos de convertir el dólar en moneda mundial. Tras la firma del acuerdo, se atribuye a De Gaulle, futuro presidente de Francia, la frase de que Estados Unidos podría comprar el mundo con papeles. ¿Qué hay de cierto en esto?

Las claves del orden monetario y financiero de la posguerra

Estados Unidos se comprometió a cambiar sus dólares por oro a un tipo de cambio de 35 dólares la onza troy. Es decir, cuando algún banco central del mundo hubiera atesorado dólares, podría dirigirse teóricamente a la Reserva Federal y cambiarlos por oro. Sin embargo, todo este esquema comienza a trastocarse más tarde, a partir de los recurrentes balances deficitarios en que estaba incurriendo el hegemón estadounidense para sufragar el creciente gasto militar y cubrir los déficits, principalmente a propósito de la guerra de Vietnam.

En 1971, Estados Unidos sólo podía responder por el 17% de los dólares que circulaban en el mundo. En estas circunstancias, el presidente Nixon, el 15 de agosto de ese año, declaró la inconvertibilidad del dólar en oro. Fue el llamado “Nixon Shock”. Desde esa fecha, el dólar se convirtió en una moneda totalmente fiduciaria y muchos autores coinciden desde entonces en que la primacía internacional del dólar estadounidense consiste o se traduce, en definitiva, en la capacidad bélica de Washington para imponer su “orden basado en reglas”, sobre el principio de imprimir moneda masivamente, fijar el dólar en las transacciones, crear y colocar su deuda y exportar inflación.

En este contexto, De Gaulle fue único a la hora de escrutar las implicaciones que tendrían los procesos financieros estadounidenses para el orden internacional, y en particular, para la economía europea. En sus Memorias de esperanza, vol. 2, “El esfuerzo” (Taurus, Madrid, 1971, pp. 163-165), encontramos lo siguiente de sumo interés. Dice De Gaulle:

Ya en 1962, el equilibrio establecido tres años antes empezaba a tambalearse. Tres causas principales convergían para ello. En primer lugar, el privilegio tremendamente abusivo que el mundo otorgaba a la moneda norteamericana desde que la Primera, y luego la Segunda Guerra Mundial, la dejaron indemne en medio de la ruina de las demás, ya que la única que momentáneamente se salvó fue la libra esterlina. Eso motivó que todo el oro del mundo fuera a acumularse a Estados Unidos. Los países occidentales y los que estaban ligados a ellos en mayor o menor medida tuvieron entonces que aceptar forzosamente el sistema monetario internacional, denominado Gold Exchange Standard, con arreglo al cual el dólar era automáticamente considerado como si fuese oro. Y lo fue, efectivamente, mientras el gobierno federal limitó sus emisiones de billetes en función de sus reservas de oro, y mientras reembolsó a sus acreedores, a petición de éstos, indistintamente en divisas o en metal precioso”.

No se puede encontrar una mejor síntesis de la estratagema de las finanzas norteamericanas que la descrita por el propio De Gaulle, que continúa diciendo:

Pero los enormes gastos prodigados por Washington en el exterior a raíz de la victoria, así como las solicitudes de fondos que le llegaron de todos los países obligados a reconstruirse o ávidos de desarrollo, habían llevado a América a un proceso de virulenta inflación. La tentación de la hegemonía la indujo a fabricar sin tregua capitales nominales, es decir, a emitir dólares, con los cuales hacía préstamos a los demás, o les abonaba sus deudas, o les compraba sus mercancías, muy por encima del valor real representado por sus reservas. Además, poseía suficiente peso político y económico para que el Fondo Monetario Internacional, encargado desde la Conferencia de Bretton Woods de velar por el equilibrio, no exigiese que éste se mantuviera, y para que numerosos Estados extranjeros que tenían con ella una balanza de pagos positiva aceptasen saldarla en billetes y bonos del banco federal, y no en oro”.

Prosigue el líder francés:

En Francia mismo, el exceso de dólares que los Estados Unidos exportaban en virtud del Gold Exchange Standard, ya fuese para adquirir participaciones en determinadas industrias nuestras, o para obtener en nuestros bancos los créditos destinados a comprar bienes de equipo, incidía en nuestra moneda. Porque esas aportaciones extranjeras, al llegar aquí, se convertían naturalmente en francos, lo cual provocaba un incremento artificial de nuestra masa monetaria” (p. 165).

Una Europa sumisa y entregada a Washington

Francia, al término de la Segunda Guerra Mundial, era la única potencia europea, si bien disminuida, con capacidad de liderar un proyecto propio, nacional y europeo, con una cierta autonomía estratégica. Claramente, los anglosajones tenían otras ideas con el Plan Marshall y la Comunidad Económica Europea (1957) bajo el paraguas de la OTAN (1949).

Aunque Winston Churchill fue el primer ideólogo y visionario de una Europa Unida, Gran Bretaña no se sumó al inicio del proceso de integración europea. Churchill se debatió entre su deseo de dar continuidad del Imperio Británico y su percepción de la necesidad de una Europa unida, y de ahí su ambigüedad en el momento de su gestación. Pero fue muy claro al afirmar: “Estamos en Europa, pero no somos Europa. Estamos vinculados, pero no atados”. Reflejaba así el excepcionalismo británico y su autonomía respecto a Europa, que le daban derecho a un tratamiento especial.

Cuando el modelo limitado de la CECA se amplió en 1957 a toda la economía con la creación de la Comunidad Económica Europea (CEE), el Reino Unido se preocupó y, para contrarrestar a la CEE, constituyó la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) en 1960. Su tentativa tuvo escaso éxito y Gran Bretaña, con su habitual pragmatismo, dejó tirada a la EFTA y solicitó su ingreso en la CEE, con el fin de frenar desde dentro el proceso que no había podido controlar desde fuera. Fue entonces cuando De Gaulle dio al traste con esta estrategia de Londres tumbando su tentativa de ingreso en el Mercado Común con el veto expresado por el Presidente francés en enero de 1963.

El debate político que se desarrolló en el seno de la Comunidad Económica Europea (CEE) en torno a la llamada Convención Dehousse (1960) es otro episodio muy ilustrativo de la deriva que tomaría Europa, pues constituyó la primera propuesta concreta para elegir el Parlamento Europeo por sufragio universal favoreciendo así la evolución federal de la comunidad. La Convención Dehousse estaba profundamente arraigada en el modelo de democracia liberal que acabaría triunfando en Europa occidental y que pretendía fortalecer el Parlamento Europeo a costa de los parlamentos nacionales.

Para comprender plenamente el rechazo del general De Gaulle a la Convención Dehousse, hay que tener en cuenta que el líder francés había regresado al poder impulsando a partir de mayo de 1958 el proyecto de la nueva Constitución, que sería ampliamente aceptada por la sociedad francesa (referéndum del 28 de septiembre de ese año). Un texto que buscaba restaurar la autoridad del Estado, otorgando primacía a la figura del Presidente de la República y acotando los poderes de los partidos. Esto segundo consistía en precisar las funciones del Parlamento a efectos de acotar su hegemonía, ya que tras las experiencias de degeneración de un régimen parlamentario hacia un régimen de asamblea que previamente habían acontecido a lo largo de la III y IV Repúblicas, a partir de ahora se introducía un conjunto de medidas encaminadas a la denominada “racionalización del parlamentarismo”, como explica María Belén García Fernández, en su tesis doctoral, El modelo constitucional del general de Gaulle: su concepción del poder, Universidad Complutense de Madrid (2017).

Por tanto, una vez reforzada la Jefatura del Estado en la recién inaugurada V República, lo último que deseaba De Gaulle era el vaciamiento de su poder por la cesión de la soberanía francesa al Parlamento europeo “de Bélgica”. Su hostilidad hacia la evolución supranacional de la CEE se vio fortalecida por su crítica de larga data de los límites de la democracia parlamentaria, tal como expone Maria Grazia Melchionni en su trabajo, “Charles de Gaulle and Jean Monnet: Two Differing Strategies for Europe”, The European Union review (Vol. 5, Nº 3, 2000, p. 57).

Hay que recordar que el general francés consideraba la consulta a los votantes por referéndum como una manifestación superior de la democracia. Pero apreciaba en menor medida las elecciones, ya fuera por dar demasiado espacio a los partidos políticos, como recuerda Jérôme Jaffré, en su artículo, “De Gaulle face aux électeurs”, Pouvoirs: Revue française d’etudes constitutionnelles et politiques (Nº 174, 2020, pp. 65-76). También es interesante a este respecto el trabajo de Juan J. Trías, “Las concepciones del general De Gaulle sobre la Presidencia de la República”, Revista de estudios políticos (Nº 141-142, 1965, pp. 79-114).

En efecto, la deriva posterior de la democracia europea ha ido desplazando el eje de los Estados nación y sus regímenes políticos, hacia la conformación de un Establisment europeo bajo el centralismo e intervencionismo de la Comisión. Una partitocracia combinada con una tecnocracia cada vez más intervenida y cooptada por los grandes lobbies o grupos de presión localizados en la capital de Europa, Bruselas, muchos de ellos actuando en representación de los intereses de Washington y de las grandes multinacionales y conglomerados corporativos estadounidenses (farmacéuticos, bancarios, agroalimentarios, energéticos, etc.).

Actualmente hay más de 12.434 lobbies registrados en la Unión Europea. Las cien principales empresas estadounidenses con estructuras de lobby en Europa pueden encontrarse en el listado de la Association of Accredited Public Policy Advocates to the European Union (AALEP). De entre las 10 empresas con mayor gasto en grupos de presión figuran 5 empresas estadounidenses (Alphabet, Meta, Microsoft, Exxon, Dow) y 1 británica (Shell), de acuerdo con los datos de Statista (2019).

Tan solo 10 empresas son responsables de casi un tercio del gasto total del lobby tecnológico, ninguna propiamente europea: Vodafone, Qualcomm, Intel, IBM, Amazon, Huawei, Apple, Microsoft, Meta y Google, según el informe The Lobby Network del Corporate Europe Observatory (2021). De todas las empresas que ejercen presión sobre la UE en materia de política digital, el 20% tiene su sede en Estados Unidos, aunque es probable que esta cifra sea incluso mayor (por contraste con el 1% que tiene sede en China o Hong Kong).

Esto explica en buena medida que el Mercado Común nunca haya tenido como objetivo competir económicamente con Estados Unidos. Cualquier atisbo de autonomía estratégica europea ha sido abortado, incluso de forma drástica. Esto se ha dejado de ver en varios episodios de la historia reciente. El último, el conflicto ruso-ucraniano (desde 2014), que alcanza su clímax con el sabotaje del gaseoducto Nord Stream (septiembre de 2022) -sin el cual no pueden entenderse las provocaciones precedentes ni la finalidad de este conflicto-. Desde entonces, Estados Unidos ha reforzado su poderío en el mercado energético europeo en detrimento de las relaciones entre Alemania y Rusia, neutralizando la política exterior alemana y europea, y lastrando su política energética e industrial. Este hecho permite observar mucho mejor la instrumentalidad y alineamiento del Mercado Europeo y de la política de ampliación de la Unión Europea con respecto a los objetivos prevalentes, y también expansionistas, de la OTAN.

De Gaulle, visionario

Charles de Gaulle ya había avizorado esta extrema subordinación de Europa a los intereses anglosajones. Un útil recordatorio de lo que decía De Gaulle sobre la OTAN y la hegemonía estadounidense sobre Europa lo encontramos en la obra C’était de Gaulle (Éditions de Fallois/Fayard, 1997), que recoge sus palabras recopiladas por su confidente Alain Peyrefitte:

El objetivo de Francia es construir Europa […]. La cuestión es que Europa debería querer existir como sí misma, independientemente de los EE.UU. [La OTAN] simplemente está poniendo la defensa de Europa, nuclear y convencional, en manos de los EE.UU. Europa es inútil si no controla su propia defensa y, por tanto, su propia política. La OTAN es un subterfugio. Es una máquina para disfrazar el dominio de Estados Unidos sobre Europa. Gracias a la OTAN, Europa está bajo la dependencia de Estados Unidos sin que lo parezca”.

Explica con más detalle el “subterfugio”:

Acostumbrarnos a someternos a una llamada estructura de mando militar integrada, que a su vez está sometida únicamente al presidente de los EE.UU., es renunciar al Estado y al país, es perder nuestra ¡alma! Debido a que nuestros generales y coroneles [se acostumbrarían] a una estructura de mando desnacionalizada, ellos mismos se desnacionalizarían. Perderían el sentido de Estado y de nación, el respeto a la jerarquía nacional, sin la cual no hay más ejército, ni más Estado, ni más nación. Y lo que se aplica a los dirigentes militares también se aplica a los gobiernos. Si el gobierno no asume la defensa del país, si cede esta responsabilidad a los estadounidenses, pierde su legitimidad y, por tanto, su autoridad. No tiene derecho a decidir porque ha renunciado a su deber de liderar”.

En el mismo libro se encuentran palabras muy reveladoras sobre la hipocresía estadounidense con la OTAN según el general francés:

Si [los estadounidenses] no quieren permitirnos opinar en su estrategia, lo cual es probable, bueno, no les permitiremos opinar en la nuestra. Ellos lo saben y eso es lo que les molesta. Su reproche cuando se trata de nuestra fuerza nuclear es que les obliga a admitir una ruptura en su monopolio. Exponemos su deseo de ser hegemónicos, disfrazados hipócritamente de “integración”. [Mi memorando de 1958] era una forma de presionarlos diplomáticamente. Estaba buscando una manera de salir de la OTAN y volver a ser libre. […] Entonces pedí la luna. Estaba seguro de que no me complacerían. Los angloamericanos querían poder utilizar la fuerza como quisieran y no nos quieren por esa razón. Lo que quieren es dominarnos”.

A la pregunta sobre “¿De verdad crees que podemos abandonar la OTAN sin que los estadounidenses nos derriben?“, De Gaulle responde:

“¡Por ​​supuesto que podemos! Eso es lo que estamos haciendo poco a poco. Nos distanciamos de los estadounidenses sin dejar de ser buenos amigos. [… ] Los estadounidenses saben bien, o al menos deberían saber, que no se confía en lo blando. Hay que confiar en lo sólido. [… ] En verdad, siempre se sienten tentados a confiar en lo blando en lugar de lo sólido. En todos los países subdesarrollados se sienten tentados a confiar en elementos podridos que les son favorables, tanto más favorables cuanto que son ellos los que los hicieron podridos en primer lugar -, en lugar de confiar en regímenes sólidos respaldados por una verdadera voluntad popular; porque temen ese tipo de regímenes”.

Y entonces alude a un dato que él también conocía por haber estado allí como protagonista:

Durante la guerra confiaron en Pétain o Darlan o Giraud contra De Gaulle a pesar de que yo encarnaba la voluntad de la nación. [… ] Los estadounidenses no pueden evitar impulsar lo más que puedan la carrera de un Jean Monnet porque reconocen que es su hombre y se oponen De Gaulle, porque se les resiste”.

Curiosamente, el líder francés advirtió también que se aplicaba la misma dinámica con las corporaciones multinacionales estadounidenses:

El mercado no está por encima de la nación o del estado. Es la nación, es el Estado el que debe estar por encima del mercado. Si el mercado reinara, serían los estadounidenses quienes reinarían sobre él a través de las corporaciones multinacionales que no son más multinacionales que la OTAN. Todo esto es simplemente un camuflaje para la hegemonía estadounidense. Si seguimos el mercado con los ojos cerrados, los americanos nos colonizarán. Nosotros, los europeos, ya no existiríamos”.

La subordinación actual de Europa occidental a Estados Unidos es absoluta

Las palabras citadas resuenan proféticas hoy cuando regresamos a la actualidad y vemos la incapacidad que tiene la Unión Europea de desarrollar, por ejemplo, empresas tecnológicas de vanguardia. Si examinamos los mercados digitales europeos comprobamos que están dominados absolutamente por empresas estadounidenses: Alphabet (Google, YouTube), Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp), Apple, Amazon, Tesla, X, Netflix, Microsoft, IBM, etc.

Europa carece de empresas punteras que desarrollen sistemas operativos, navegadores, hardware, computación en la nube, inteligencia artificial o sistemas de mensajería online. Sin soberanía digital ni tecnológica no puede haber soberanía en materia de defensa ni seguridad. Y como ya sabemos por las revelaciones de Edward Snowden, es conocida la existencia de una compleja red entre decenas de agencias de inteligencia anglosajonas (Five Eyes) y grandes empresas de telecomunicaciones, tecnología y de Internet, que colaboraron con la NSA de manera voluntaria o a cambio de millones de dólares para la cesión masiva de datos de sus clientes, además del acceso a sus servidores, con el objetivo de expandir y consolidar una vigilancia globalizada (a través de programas secretos de vigilancia masiva como PRISM o XKeyscore).

Como trata Antoine Lefébure en la obra El Caso Snowden: Así espía Estados Unidos al mundo (Clave Intelectual, Madrid, 2014) la dimensión de la vigilancia que Estados Unidos realiza en secreto se hace mediante escuchas telefónicas, interceptación de correo electrónico y espionaje a empresas y gobiernos aliados (incluidos los europeos). Las revelaciones sacaron a la luz la existencia de tratados secretos y otros acuerdos bilaterales para la transferencia masiva de metadatos, registros y otras informaciones a la NSA de Estados Unidos. Si la Unión Europea hubiera desarrollado un verdadero mercado digital europeo, con una estrategia soberana y autónoma, promoviendo Big Techs europeas sometidas a la jurisdicción europea, toda esta intromisión extranjera hubiera sido más complicada.

Otro ejemplo de los muchos que se podrían poner lo encontramos con las grandes empresas europeas supeditadas a un limitado número de marcas de servicios de consultoría y auditoría internacional. Un sector dominado por un oligopolio de empresas anglosajonas (PriceWaterhouseCoopers, Ernst&Young, Deloitte, KPMG, Grant Thornton, Bain, Boston Consulting Group, McKinsey, etc.). Lo mismo ha sucedido en el sector de agencias de calificación crediticia o rating (Moody’s, Standard and Poor’s y Fitch), o en lo que respecta a las principales marcas de abogados internacionales, en su mayoría firmas anglo-norteamericanas, que son las que asesoran en las principales transacciones que protagonizan o afectan a empresas europeas (Latham & Watkins, Kirkland & Ellis, Baker McKenzie, DLA Piper, Clifford Chance, White & Case, Allen & Overy, Linklaters, Hogan Lovells, Bird&Bird, Herbert Smith Freehills, Jones Day, etc.).

No es de extrañar que ninguna lengua continental europea haya podido competir con el inglés, con lo que ello implica a nivel cultural en términos de la erosión y pérdida de influencia global, en beneficio del inglés como lengua franca, con la penetración de los colegios americanos y británicos en Europa continental en detrimento de los liceos franceses y colegios alemanes. Todas las grandes ideas culturales de los últimos 50 años provienen de Estados Unidos. El soft power estadounidense en Europa no tiene contrapartida con el soft power europeo en Estados Unidos.

Por esta razón, mirando con retrospectiva, es difícil encontrar hoy un líder europeo con la altura de miras que caracterizó a Charles de Gaulle. Por contraste, lo que abundan en Europa occidental son líderes sin capacidad de analizar la deriva de una Unión Europea sin soberanía efectiva. Líderes a quienes poco o nada les importa las consecuencias de este statu quo.

Del canciller Scholz y de la presidenta de la Comisión europea, Von der Leyen, no debe sorprender esta actitud sumisa, dado que Alemania sigue siendo, de facto, un país ocupado (más de 35.000 efectivos y 45 instalaciones militares estadounidenses), sin autonomía defensiva ni estratégica. Alemania sigue castigada por la Segunda Guerra Mundial, sin asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y con unas capacidades militares muy limitadas y restringidas. Es de hecho el país europeo que mayor cantidad de bases estadounidenses alberga: el 52% del total en Europa y el 28% del total en el extranjero, según los datos del Conflict Management and Peace Science.

Pero más extraña debería parecernos la deriva francesa de las últimas décadas a pesar de no haber contado con presencia militar de Estados Unidos en su territorio nacional. Esta deriva es particularmente acusada con el actual inquilino del Palacio del Elíseo, aunque se entiende todo mejor si comprobamos en su biografía que en realidad resulta ser una figura formada a través del German Marshall Fund (2007), un paso fundamental que le catapultó luego como criatura de la banca Rothschild (2010) y que ya en el poder ha devenido finalmente en un fiel servidor de las “recomendaciones” (instrucciones) de la consultora McKinsey.

El llamado Affaire McKinsey, el escándalo político-financiero relativo a los estrechos vínculos entre el gobierno de la República Francesa y la consultora estadounidense McKinsey & Company desde 2017, es buena prueba de la sutil injerencia de determinados poderes y estructuras sobre instancias presuntamente democráticas y soberanas*.

Conclusiones

De Gaulle fue visto como un obstáculo creciente para las ambiciones estadounidenses de formar parte de la OTAN porque se negó a incorporar tropas francesas bajo el mando aliado e insistió en construir una fuerza nuclear separada más allá del control de Washington. Este punto es elemental para entender toda la problemática descrita.

El general francés demostró tener razón en muchos puntos. Pero también resultó increíblemente profético. No era un adivino, simplemente entendía correctamente la dinámica del juego geopolítico. Como dijimos en un anterior artículo aquí en Frontiere, De Gaulle sabía de primera mano las pretensiones de los anglosajones con Europa. Los supuestos “friends” en realidad no tienen ni nunca han tenido amigos, sólo intereses. Pensar lo contrario, es querer engañarse.

Pero Charles de Gaulle no odiaba a Estados Unidos. Simplemente entendió que Estados Unidos no iba a cuidar de Francia y perseguiría sus intereses más allá de los de Francia. Por lo tanto, afirmó la “independencia” francesa en el escenario global al liberarse de la OTAN, crear un programa nuclear y buscar “amistad” diplomática con algunas naciones no necesariamente “amigas” de Estados Unidos.

Un dato curioso es que el propio De Gaulle había advertido a los políticos británicos que los estadounidenses los apuñalarían por la espalda si fuera conveniente, y vaya que tuvo razón, pues la Pax Americana se construyó a expensas de la Pax Britannica.

No por casualidad Keynes saldría derrotado de Bretton Woods (1944) en beneficio de las tesis de Harry Dexter White (sobre este tema: Steil, B., The Battle of Bretton Woods: John Maynard Keynes, Harry Dexter White, and the Making of a New World Order, Princeton University Press, 2013).

Asimismo, la Ley McMahon de 1946 expulsó a los británicos del Proyecto Manhattan y el programa IRBM Blue Streak dio como resultado que toda la investigación británica sobre cohetes terminara en los Estados Unidos sin nada a cambio (1954-1959). Además, con la Operación Paperclip más de 1.600 científicos de la Alemania nazi recalaron en instituciones estadounidenses y en 1962 los EE.UU. cancelaron unilateralmente el proyecto conjunto Skybolt sin devolverle su dinero a Gran Bretaña.

Así que no, De Gaulle no odiaba la “Relación Especial”. No sentía envidia de ella, porque sabía que a la larga drenaría los recursos del viejo Imperio Británico en favor del nuevo Hegemón norteamericano, que es lo que al final sucedió, mientras Francia desarrollaba sus propias armas nucleares, aviones y misiles sin ningún “amigo especial” que lo apuñalara por la espalda.

En definitiva, Charles de Gaulle vio las cosas desde una perspectiva única. Con suficiente retrospectiva, resulta asombroso cómo sus ideas todavía resuenan hoy para entender la configuración del orden internacional y sobre todo la subordinación europea a los Estados Unidos.

NOTAS

*Todo lo referido anteriormente sobre Macron puede leerse en:

François Clemenceau, “Quand Emmanuel Macron découvrait l’Amérique à 29 ans”, Journal du Dimanche (22 de abril de 2018).

Sobre Macron y la banca Rothschild:

  • Rémi Noyon, “Au fait, il faisait quoi chez Rothschild, Emmanuel Macron?”, Rue89, L’Obs (21 noviembre de 2016)
  • Isabelle Chaperon, “Les années Rothschild d’Emmanuel Macron”, Le Monde (10 de mayo de 2017)

Sobre el Affaire McKinsey:

  • “McKinsey, un cabinet dans les pas d’Emmanuel Macron”, Le Monde,‎ 5 de febrero 2021
  • “Comment les cabinets de conseil comme McKinsey ont conquis la France”, Politico (8 de febrero de 2021)
  • “Les cabinets de conseil, une machine installée au cœur de l’Etat”, Le Monde (17 de marzo de 2022)
  • Etienne Campion, “Si McKinsey est si puissant, c’est parce que Macron est l’idole des consultants”, Marianne (22 de marzo de 2022)
  • “McKinsey. Six questions sur l’affaire qui embarrasse Emmanuel Macron en pleine champagne”, Ouest France (28 de marzo de 2022)
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